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  • Obra: El perro de hortelano
  • Dramaturgia: Félix Lope de Vega y Carpio
  • Dirección: Angélica Rogel
  • Compañía: Compañía Nacional de Teatro
  • Disponible en línea desde abril de 2020

El perro de hortelano vuelve a escena por enésima ocasión gracias al reestreno de la Compañía Nacional de Teatro. Dentro del programa Contigo en la distancia, Cultura desde casa, un espacio de saber digital de libre acceso fomentado por la Secretaría de Cultura.

 

 

 

 

 

 

Argumento

La obra, publicada por primera vez en 1618 dentro de La oncena parte de las comedias de Lope de Vega Carpio, trata sobre los enredos suscitados a partir del triángulo amoroso. Triángulo entre Diana y dos de sus empleados, Marcela, una criada, y Teodoro, su secretario. Sumados a estos, los pretendientes de Diana, Ricardo y Federico, contribuyen a los malentendidos que surgen en torno a la residencia de la condesa de Beliflor. Donde los tapices escuchan y surge un juego de poder manipulado por amos y criados.

La intrusión de ruidos a deshoras es el pretexto que da pie al argumento de la obra. Cuando una de las criadas le revela a su señora que Marcela está en amoríos con el empleado. Tal información despierta los celos de la ama. Por una parte, ella no puede reconocer estos sentimientos hacia él, dada la diferencia entre las clases sociales. Por otro lado, no logra reprimir su enamoramiento y comienza a usar su autoridad para sabotear la relación.

 

Adaptación

La adaptación bajo la dirección de Angélica Rogel incurre en una ubicación temporal y espacial que no es la de la composición del texto dramático, ni tampoco la de la espectadora. La mitad del siglo XX en México. En este sentido, para realizar la adaptación, la directora llevó a cabo lo que Guillermo Heras, dramaturgo y académico español, denomina una lectura alternativa, una contemporización de los personajes, que, si bien no los traslada hasta nuestros días, sí hacia un momento del imaginario colectivo: el cine de oro mexicano. Lo anterior se sospecha dado el vestuario de la primera escena. Pero termina confirmado gracias a la incursión de piezas de bolero usadas en algunas de las transiciones entre escenas.

Las casi dos horas de duración trasladan la mayoría de los versos de la versión original.  Respetando su métrica y realizando pocos cambios (supresión de algunos cultismos) para facilitar la comprensión del público.

El motivo por el cual eligen este momento temporal y no el actual para ambientar la puesta en escena va más allá de una aspiración estética por la directora. Responde a la búsqueda de concordancia de la obra dentro del sentido de correspondencia que se pretendía guardar con el texto dramático; es decir, lo que ahí acontece, específicamente la barrera entre clases sociales y la intervención de un amo sobre las vidas no guarda el mismo sentido de verosimilitud en nuestros días; tan solo el uso de los sustantivos, amo y criado, considerados políticamente incorrectos ya han caído en desuso. No obstante, el germen de la obra, el dilema amoroso que recae en una indecisión que abruma la vida del sujeto amado. Un tema amatorio, continúa vigente.

La brecha del texto literario a la puesta en escena es acotada por lo que Juan Antonio Hormigón, fundador de la ADE (Asociación de Directores de Escena de España), llama trabajo dramatúrgico. El cual consta de leer la obra pensando en el público actual. Para establecer las soluciones escénicas que mejor funcionen a la hora de la representación.

Vestuario y escenografía

En cuanto a la escenografía, los murales de la residencia sirven para adaptar el espacio de acuerdo con las transiciones requeridas; el movimiento de los paneles refuerza el sentido de dinamismo a lo que ocurre dentro; asimismo, junto con el piano que se erige en el fondo y a una altura superior del alto del escenario, estos recuerdan la estética de los años cincuenta.

El vestuario de la condesa la muestra como total protagonista de la puesta en escena; sus vestidos ceñidos a la cintura en color blanco la destacan entre los ropajes de las criadas y los trajes grisáceos de los hombres. Su apariencia influye en la construcción de este personaje como un ente consciente de su poder, caprichosa y soberbia frente al resto de los personajes. Otros elementos que provienen de la intuición del director son la coquetería, besos, caídas y caricias que una lectora distraída quizás no extraería de la lectura, pero que aportan humor, sentido y continuidad.

El gracioso, presencia infaltable en las comedias de los Siglos de Oro, aquí llamado Tristán, recuerda al personaje de Cantinflas (otro referente clave en el bagaje cultural del mexicano), por su apariencia, soltura del lenguaje e intromisiones astutas que terminan guiando el hilo de la historia. La facilidad con que este personaje embauca a varios de los caballeros de clases superiores a la suya muestra una crítica a la supuesta diferencia de clases y un desdén hacia los estratos superiores. Ya que ni el dinero ni la educación de los otros sirven de defensa ante tal ingenio. En conjunto, estos factores, insertados en el ensamblaje de la puesta en escena, no deprecian el contenido del texto dramático. Lo enriquecen y potencializan su mensaje hacia el público de su momento. Es decir, lo contemporalizan.

¿Morirán algún día los clásicos? ¿Se cansarán los directores de poner en escena a Shakespeare o a Lope de Vega? No tengo las respuestas a esas preguntas. Pero después de ver El perro de hortelano tengo la certeza de que, mientras sus realizaciones continúen de la mano de un trabajo comprometido hacia su público y con obstinación de sacarlos de los museos y escritorios polvientos, seguirán teniendo espectadores en las butacas o en las pantallas. De igual manera en que los dichos (frases hechas) del habla popular, como el que da sentido a la obra y con el cual titulo esta reseña, siguen en boca de los hablantes.

Claudia Chacón, colaboradora de Norteatro

Egresada del programa de Literatura Hispanomexicana de la UACJ. Actualmente es estudiante de la Maestría en Estudios Literarios (becaria del CONACyT).

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