Toma tu corazón roto y conviértelo en arte (Parte II)
Estoy a una nada de volverme completamente loca. Loca de amor, y de desamor. Loca. Porque cuando estás frente a mí, a mi lado, o incluso en otra habitación, tengo ataques de pánico y ansiedad que jamás creí llegar a tener.
Me duele el pecho, la cabeza, en mi garganta siento una presión inhumana e incomprensible. Me quiero ahorcar, me falta el aire, y aun así a veces tengo la necesidad de abrazar con mis dos manos mi cuello, y gritar. Gritar que te odio, gritar que te amo.
Gritar todas las canciones que no me dejaste cantar, gritar que me cortaste mis alas, me apartaste de mí misma, y tengo mucho miedo de no volverme a encontrar jamás. Me hiciste callada, obediente, me hiciste gris y casi inexistente.
Te odio porque no fui suficiente, desde un inicio, fui poca cosa. Nunca me amaste tanto ni tan fuerte como yo te amé a ti y eso me duele. Me encantaría poder limitarme a decir que me lastimaste mi ego, pero no, me lastimaste y me sigues lastimando auténticamente.
Porque no te gustó mi cabello, porque no te gustó mi pasión por la vida. Porque no te enamoraste de mi rebeldía, de mi manera de contar historias, de mi amor por ti.
El escribir como grito de auxilio
Lo que acabas de leer lo escribí yo. No es un personaje, no es para una obra de teatro, esa es mi voz… Mi grito de auxilio.
Vale. Nos quedamos en que yo estaba escribiendo la nueva versión de mi obra en la que yo, dramaturga/personaje iba a interactuar en escena con mis “creaciones incompletas” en un dispositivo a lo Intensamente… Y, bueno, pasó el COVID-19. (Puedes leer la primera parte de mi texto aquí: Parte 1.)
Inicia Parte II
Bien. Ahora imagínate mudarte con tu novio 3 días antes de que se declarara la cuarentena y el estado de alarma… Y ahora imagínate darte cuenta de que tu novio, no solo no te quiere, sino que te odia, un día después de que se declara dicho estado… Lo que significa que estás atrapada con él, sin poder salir ni siquiera a caminar, ni siquiera a hacer la compra, ni pensar en salir con tus amigas para despejarte…
Porque, aparte, te mudaste a una ciudad en la que no tienes ni familia, ni amigas, no tienes nada. Solo tienes tarea, un máster que terminar, una obra de teatro que crear, y un corazón roto (o, mejor dicho, hecho añicos).
Él no te echa de su casa porque, si bien no le agradas ni poquito, tampoco es que te quiera dejar en la calle en medio de una pandemia. Y tú no te vas, no porque eso implicaría vivir en la calle en una crisis global. Sino porque, aunque te cueste creerlo, tú sí le quieres… Tú no te quieres ir.
No entraré en detalles de lo que fueron mis tres meses viviendo con mi pareja. Ya lo saqué todo en la terapia. Y el texto antes mostrado ya dice bastante. Sin embargo, suficiente es decir que yo no tenía cabeza para terminar lo que había empezado… Yo ya no estaba ahí. Mis ganas de abordar un texto sobre narcotráfico, clasismo, metateatro, bla bla, se habían esfumado. En su lugar estaba yo llorando 16 horas al día, vomitando de la angustia y escribiendo infinidad de cartas de desamor como la que ya leíste. Cartas y cartas de desamor que nunca serían entregadas.
https://www.instagram.com/p/CCG9fV5B5O6/
Mi regreso a Madrid
El 1 de julio del 2020, el primer día que permitieron la movilidad entre provincias en España, yo volví a Madrid. Al momento en que retomamos clases presenciales de la maestría, de 18 creadorxs que comenzamos el máster, aproximadamente 10 ya se habían regresado a sus países en vuelos de repatriación.
Las y los “sobrevivientes” seguimos contra viento y marea en nuestro proceso creativo; y mis ganas de repatriarme (huir) afloraron cuando, en los primeros veinte minutos de clase, empezaron a hablar de nuestras posibles fechas de estreno. “Recordad que no necesitáis tener un producto terminado. Valoramos los procesos y las muestras son para ver cuánto habéis avanzado” …
Complicado, porque yo, tras tres meses de cuarentena total, seguía sin una obra de teatro, seguía sin idea de qué quería decir o sobre qué quería hablar. Resignada en mi fracaso comencé a revisar vuelos de repatriación a México. Estaba a nada de abandonar el máster.
Mercedes Úbeda es una dramaturga de origen catalán que ahora vive en Madrid, y por azares del destino, sin conocerme y sin conocerla, ella me recibió en su casa la primera vez que llegué a España en octubre del 2019. Sin ella, sin su maternidad y complicidad, no sé qué habría sido de mí. Tan pronto volví a Madrid, me puse en contacto con ella. Tomamos un café, nos pusimos al día y sus palabras fueron un parteaguas que me orientó a encontrar mi voz en la escena. Me hizo ver que yo estaba huyendo, no del máster, sino de una ruptura amorosa y del luto que esto conllevaba.
Escena inspirada en la vida real con Mercedes Úbeda
– Melissa, ¿no te das cuenta? Eres una mujer sin alas. Desarrollaste una dependencia emocional al estar en una situación límite. De ser la mujer con alas que eras en Monterrey, con tu trabajo, tu coche, tus contactos, jamás habrías permitido que alguien te tratase así… Te aferraste a alguien que te dio un gesto de bondad sin pensar en las consecuencias. Al no tener dinero, amigos, tu familia, al no tener tus alas… Es entendible todo lo que pasó. No seas tan dura contigo misma. Perdónate y avanza de página.
– No puedo. No puedo dejar de pensar en él. En el daño que nos hicimos y en las veces que me juré que yo nunca atravesaría por algo así. Me creía más inteligente, o más fuerte. No tengo cabeza para escribir otra cosa.
– Pues no lo hagas. Si eso es lo que tu corazón te ordena hacer, hazlo. Escribe sobre eso.
La obra de teatro
Recordé una frase que a Juan Mayorga le gusta decir: “Ahí hay una obra de teatro”. Lo de la mujer sin alas fue lo que me abrió los ojos. Porque mi dependencia con mi pareja fue circunstancial, extraordinaria. Quiero decir, no todos los días hay una pandemia que te deja sin trabajo, sin casa, y te obliga a encerrarte con una persona 24/7.
Me vino a la mente: ¿cuántas mujeres no hay en el mundo que dependen económicamente de un hombre para vivir? ¿Cuántas de ellas, como yo, escalan hasta desarrollar una dependencia emocional que les impide romper el círculo de violencia en el que no ponen hasta su integridad física en riesgo?
Empecé a imaginar los escenarios en los que mujeres que sufren abuso doméstico denuncian en la policía y la gente, lejos de empatizar un poco, las juzga diciendo estupideces como “luego ellas los perdonan, son unas tontas” o “si sabes que te está haciendo daño, ¿por qué sigues ahí”. Muchas no tienen opción. Muchas no tienen trabajo, estudios, una familia que las apoye… Eso sin mencionar la manipulación emocional y mental. Gaslighting, breadcrumbing, etc.
Antecedentes del título
Estaba cerca, lo sentía; pero no terminaba por saber cuál era mi historia, quiénes eran mis personajes.
Un día unxs amigxs me invitaron a tomar algo. Fui, aunque sin un euro en la bolsa, principalmente porque necesitaba salir de mi coma, necesitaba despejarme. Mi novio terminó nuestra relación por llamada y, aunque era lo mejor para ambos, a mí me llevó a la mayor depresión de mi vida.
Escena inspirada en la vida real con un camarero
El camarero se acerca a tomar la orden.
– ¿Y para usted?
– Nada, estoy bien, gracias.
– ¿No quieres nada?
– No, gracias.
– ¿Segura? ¿Estás completamente plena, feliz y dichosa?
– Exactamente. Ganando como siempre.
– Bueno, nada para la pletórica entonces.
– ¿La qué?
– La pletórica.
– ¿Qué es eso?
– Una persona muy feliz y plena… como tú.
No sé si fue la fonética de la palabra, o la ironía de ser llamada así cuando más ganas de morirme tenía, pero me enamoré de “pletórica”. Tenía título. Lo supe en el momento en el que lo escuché. Mi obra se llamaría Pletórica. Pero ¿quién era Pletórica?
“Tú ya eres un personaje. El verte hablar, tus gestos, cómo te desenvuelves, tú ya eres una obra de teatro” dijo el director de mi maestría… Entonces, ¿yo era Pletórica? Llegué a mi casa, abrí el ordenador y escribí.
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“Mi nombre es Pletórica. ¿Alguno de ustedes sabe lo que significa pletórica? Pletórica es, según la RAE, “Dicho de una persona: Que se siente llena de alegría o de energía”. Pletórica, es abundancia, es mucho, es felicidad… todo eso que no soy y no tengo.”
¿Yo soy Pletórica?
Vale, me gusta. Yo soy Pletórica. Pero, ¿Al público qué le importa escuchar mis traumas? ¿Por qué sería valioso escuchar a una mujer que le rompieron el corazón y probablemente estaba exagerando mucho?
La terapia con mi psicoanalista me hizo ver que yo no era una palomita blanca y que también le causé mucho daño a mi expareja. Recordé cuando en un taller de cabaret Ana Francis Mor nos dijo “¿Qué es el desamor? Es puro ego herido. Es no poder lidiar con la idea de que alguien no quiera algo conmigo”.
Con el pasar de mis sesiones mi cabeza se fue enfriando y mi corazón empezó a sanar; pero el recuerdo de las sensaciones de impotencia, tristeza, amargura y miedo seguían presentes. Algo tenía que hacer con todo eso, con Pletórica, ahí había una obra de teatro, más allá de la telenovela que mi ego herido había creado.
La obra estaba en ellas
La situación extraordinaria que viví me seguía invitando a crear analogías en mi cabeza. Yo no era la obra de teatro, eso es seguro; la obra era ellas, esas mujeres vulnerables atrapadas en casa con el enemigo.
Pensé en las mujeres que tienen matrimonios por conveniencia, en mujeres que ejercen la prostitución, en todo el concepto de la objetualización de las mujeres y cómo se nos ha tratado como mercancía, como máquinas de hacer bebés, como entretenimiento, como todo, menos como seres humanos… Esto ya no se trataba de mí, nunca se trató de mí, yo sólo era una excusa, un dispositivo. Y volví a escribir.
Melissa:
Tengo muchísimo que contarles. Muchísimo. Tanto que no sé cómo empezar. Tanto que no sé si este sea el momento y el lugar adecuado. Tampoco sé si quiero que ustedes, precisamente ustedes, me escuchen. Lo que sí sé, y tengo bien seguro, es que necesito contarlo todo.
Lo mío, lo de ellas, lo de ellos… Pero no lo sabrán por mí. Lo sabrán por ella. Ella es esponja, recipiente, receptora. Destino, destinatario. Ella soy yo y yo soy ella. Ella contará nuestras historias.
Y escribí, escribí, escribí…
Me agrada poder decir que este texto, en el que Melissa personaje/autor hablaba, tampoco llegó al “corte final”. Porque escribí. Escribí, escribí, escribí… Esta vez no fue como la anterior, esta vez tenía algo qué decir, algo mío y por ser solo mío, era de valor. Volví a probar todo: Escribir en mi habitación, sin música, con música, escribir en el parque, en una cafetería, escribir en la calle, escribir en mi cuaderno, en hojas blancas, en mi laptop… Encontré un lugar favorito, sí, pero podía escribir en cualquier sitio.
(Aquí puedes ver el lugar que encontré) https://www.instagram.com/p/CCybM16Bw56/
La autoficción
Me di cuenta de que cuando quieres decir algo y lo dices con convicción, no hay “musas” y no hay “inspiración”, hay hojas y hojas y hojas que se deberán depurar para saber qué le sirve al texto, qué le sirve al personaje, qué es de utilidad para la puesta en escena. Esto fue un nuevo nivel de reto…
Si yo era Pletórica, y estaba partiendo de mí y de mi experiencia para construir, ¿cómo sé yo que no estoy utilizando el teatro para proyectar mis traumas no sanados? Mi mayor miedo era que el espectador nunca viera a Pletórica, sino que vieran a Melissa con un vestuario en el escenario contando sus desdichas y sus dramas.
(Puedes ver Autoficciones de Sergio Blanco aquí:) https://www.instagram.com/p/CC_WC3Rh-jR/
Entonces me refugié en Sergio Blanco. El dramaturgo de origen uruguayo tiene una forma de crear textos que no son autobiográficos: son, como él lo llama, “autoficciones”. Un encuentro donde la línea divisora entre la ficción y la realidad se desdibuja para permitir universos alternos en los que jamás terminas por saber qué de lo que hay en ellos sí acontecieron en la vida del autor o no. Es “un pacto con la mentira”.
Leer su ensayo fue una caricia en mi alma torturada por mis inseguridades y un empujón a explorar las posibilidades de jugar con mi propia historia. Dejé de rechazar la idea de ser yo en escena y abracé el ejercicio de imaginar las maneras en las que podría ser “yo” en una obra. Mi Yo Pletórica le dijo “¿Jugamos?” a mi Yo Autora.
Y comenzamos a jugar
(Imágenes del proceso:) https://www.instagram.com/p/CFcYKzhhusG/
Para cuando me di cuenta, Pletórica se emancipó, dejó de ser Melissa. Seguía siendo yo, pero una yo diferente. Una yo que a veces no entendía y que no me pertenecía, le pertenecía a ella, a Pletórica. Una muñeca sexual hiperrealista que quiere renunciar a su condición de objeto para volverse humana.
(Imágenes del proceso:) https://www.instagram.com/p/CHFbZP0BBDP/
Podría ahondar más en esa premisa, pero creo que teniendo los antecedentes que ya tienes, sería una obviedad. Como explicar un chiste, al hacerlo pierde su gracia… ¿Y si vemos la obra?
Un año después…
Escribo esto un año después de la tormenta. Hace un año estaba escribiendo, comenzando ensayos, con pandemia, con mi corazón a medio sanar. Y, como bien dijo Pablo Remón, nunca hubo un texto definitivo. Hoy en día no sabría qué enviar si me pidieran un archivo para publicar en alguna editorial mi texto. Ni siquiera sé si me atrevería a publicarlo.
Si bien se podría decir que presenté una obra de teatro, la verdad es que presenté un proceso… Un proceso de investigación sobre la autoficción, un proceso de creación en tiempos de pandemia global, un proceso de sanar un corazón roto.
Y, más allá de las cuestiones académicas, técnicas, o estéticas, estoy feliz de haber tenido la dicha de experimentar la necesidad creadora y haber experimentado los momentos de creación.
Las musas existen, la magia creadora existe, pero hay que evocarles con (diré una palabra que nunca uso y que odio a la gente que la usa, pero no encuentro otra que describa mejor lo que siento): humildad.
En el momento en que me despojé de pretensiones y me permití gritar lo que me dolía, en ese momento supe que nunca podré ser como ninguno de mis escritorxs referentes, pero que ser yo ya es bastante… Y yo estrené mi autoficción.
(Imágenes del proceso:) https://www.instagram.com/p/CHIcjw1hL9q/
Hacer teatro exige mucho, hoy más que nunca.
Estamos viviendo momentos en los que tenemos miedo a salir de casa, miedo a congregarnos; tenemos el mundo entero al alcance de un touch en nuestros bolsillos… Con Netflix, HBO, Disney+ ¿qué le vamos a ofrecer de valor al espectador? Es una pregunta para la que yo no tengo una respuesta.
Pero me gusta pensar que un teatro honesto, transparente, con una verdadera implicación por parte de los creadores. Un teatro hecho con el corazón (aunque este se encuentre deshecho) puede llegar a acariciar, e incluso sanar, a las almas de aquellos que pese a todo se siguen atreviendo a sentarse en una butaca.
Melissa Guzmán García
Licenciada en Arte Teatral por la Universidad Autónoma de Nuevo León, con Máster en Creación Teatral de la Universidad Carlos III de Madrid.
Correo: melissa.guzmangarcia@live.com.mx