Zombies que caminan sin rumbo, miradas melancólicas observando la nada, niñas y niños exiliados de la ternura cuyo destino es pobreza, hambre y desilusión… siluetas sin esperanza ni oportunidad para el cariño. El absurdo surrealista de una infancia prescindible. La desgracia de un país sumido en una espiral de violencia.
“El Kame Hame Ha”, monólogo original de Jaime Chabaud, nos aproxima a un escenario doloroso del México contemporáneo: el de los niños sicarios. Adolescentes cooptados por el crimen organizado como transportadores de droga, matones, secuestradores, etc.
Asistimos a quince minutos de la vida de Benito Jiménez Castellanos, el Sayayín, interpretado por Eduardo Ramírez, un joven que ha sido encarcelado por secuestro y asesinato. Conoceremos su historia de exclusión: infancia de abandono, contexto de violencia intrafamiliar, “si el odio tiene un nombre se llama como mi papá”, menciona en un momento “El Sayayín”; sus primeros asaltos, secuestros, contactos con las drogas, hasta la consumación de siete asesinatos a sus catorce años. Desde su narrativa conoceremos otros personajes que complementan el microcosmos de su realidad violenta: El Perro, El Hules, El Tijeras, El Macanas, Comandante Nateras, etc. La construcción de la anécdota fluye entre saltos temporales y es contada a varias voces incluyendo a un narrador omnisciente en off que presenta claramente el posicionamiento crítico de la dramaturgia frente a la temática.
La obra encuentra refugio en el famoso anime de Akira Toriyama, Dragón Ball para hablar de un tema incómodo. Implosiona nuestras nostalgias y rememora esas tardes infantiles frente al televisor cantando a grito pelado: el cielo resplandece a mí alrededor… shala head shala vibrante mi corazón siente emoción, haré una genkidama. Solo detonando fantasías e ilusión de inocencia podremos sentir empatía por la crónica del personaje, escuchar su sanguinaria historia pensando en nosotros y nuestra indefensión a esa edad. Es fácil juzgar al “sin nombre”, pero ¿cómo hacerlo cuando sabemos que ese alguien fantasea con acabar todo “a la verga” elevando su ki al infinito para soltar “putazos” al estilo Kame, hame, ha y convertirse en un “Sayayín”? Lo demoledor es que en este caso la realidad supera por mucho a la ficción.
El espacio está delimitado en tres dimensiones de profundidad: al centro, donde se juega la mayor parte de la escena, observamos un tapete circular en el piso custodiado en ambos lados por figuras emblemáticas de la cultura popular mexicana; un alebrije diabólico y en paralelo simétrico una virgen María, metáfora de la dualidad en el personaje. En este plano observamos elementos de utilería que servirán para complementar la actuación del intérprete, aunque muchos se encuentran subutilizados y otros en la grabación resultan imperceptibles, ejemplo de ello es un balón de futbol posicionado en todo el montaje, pero manipulado unos cuantos segundos, o unas figuras de papel que no se distinguen con claridad. Al lado izquierdo del escenario hay una pequeña tarima con micrófono y bocina; éstos permitirán al personaje revelar información documental, igual conocer sus procesos reflexivos. Al fondo de la escena tenemos tres paneles desmontables prolijamente dibujados como telón. Llama la atención que sólo tiene una función decorativa pues no dialoga en ningún instante con la acción dramática. Desliz incomprensible por la pertinencia que la plástica mantiene con el universo simbólico de la línea argumental.
El trabajo actoral se sostiene por un trabajo físico adecuado del interprete quien durante más de sesenta minutos contiene y explota las acciones corporales; igual tiene un buen manejo en la variedad de los matices vocales, para lograr verosimilitud en la decena de personajes que coexisten en el monólogo y así permite mantenernos dentro del pacto ficcional.
La obra presenciada ocurre en la muy chilanga Itztapalapa, aunque pudo ser pertinente ambientarla al contexto Neoleonés o norteño y desde ahí apelar a referentes culturales propios de esta región, que, está por demás decirlo, tiene rasgos de identificación con marcadas diferencias al centro del país, o ¿será que dejaron de existir la “Indepe”, “Sierra Ventana”, la bravísima “Alianza” y tantas otras colonias populares que viven el flagelo de la violencia? Esto nos colude a una posición omisa que mira las problemáticas de afuera pero incapaz de hacerse cargo de las propias.
Es necesario mencionar que en esta ocasión la obra presenciada tuvo un formato video/grabado a varias cámaras, con efectos de edición para ser presenciado en funciones online y fue transmitida desde la página de Facebook del Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León.
Finalmente, si bien es cierto que el tema de la violencia en México parece un tema reiterado, es necesario seguir poniendo el “dedo en la llaga” ante la barbarie instaurada desde hace más de una década. No debemos continuar anestesiados ante el dolor ajeno, frente a una “historia de barbarie y muerte que no respeta ni a los propios muertos” (Benjamin, W.).
Mérida, Yucatán, Agosto 2020
Edwin Sarabia
Referencia:
Benjamin, Walter. “Sobre el concepto de historia”. Obras completas. Libro II/2. Madrid: Abada, 2005