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Yo solo soy memoria y la memoria que de mí se tenga.
Los recuerdos del porvenir, Elena Garro

“El tiempo es un problema esencial” que desde hace siglos hemos intentado resolver o al menor emitir posibles soluciones, cavilaciones o creaciones en torno a él. La narrativa de Jorge Luis Borges, a quien corresponde la cita, resulta un buen ejemplo. El aforismo de Heráclito, dictado hace más de 2500 años, ha servido como base para este y muchos otros pensadores de nuestra historia: “Nadie puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos”. La producción literaria de Elena Garro retoma, reflexiona y ficcionaliza de manera ejemplar el mismo tema, tal como lo demuestra la frase que sirve de epígrafe. Nada sobre la nada, obra teatral en la que me ocupo en el presente ensayo, consiste en un despliegue más de esta inmensurable problemática; por ello, la abordo a partir del propio dilema temporal que sentenció Heráclito, subrayado por Borges y Garro en su literatura, que siempre ha agobiado a la humanidad y que, sin duda, funge como la característica principal del teatro: “Es el problema de lo fugitivo: el tiempo pasa […] En todo caso, queda en la memoria. La memoria es individual. Nosotros estamos hechos, en buena parte, de nuestra memoria.” Esta sentencia del escritor argentino forma parte de la misma trama y escenografía de la pieza; en este sentido, amén del contenido, me interesa resaltar la historia escénica por la que ha pasado la obra desde su estreno en septiembre de 2019.

¿Quién soy?: Memoria en recorrido

La propuesta original de Nada sobre la nada, una producción del Laboratorio Escénico Teatro de Fronteras, con base en Ciudad Juárez, se concentra en la idea de buscar aquello que nos sumerge en nuestra memoria. Por ello, el ensayo escénico parte de la suma de experiencias y recuerdos del elenco, potenciados por la puesta en práctica de los talleres de Divising Grid y Body Memory en los que participó Mario Vera, quien se estrenó como director con esta pieza. Así, bajo el recurso del biodrama, en cada función el público recibe pequeños fragmentos de la vida del elenco: Guadalupe de la Mora, Guadalupe Balderrama, César Cabrera, Claudia Rivera y Saura Zubiate, a través de objetos, fotografías, imágenes, olores, palabras y silencios cotidianos.

La característica inicial del montaje consistió en una puesta en recorrido, con lo que el concepto de espectador activo, en cuerpo y deliberación, realmente emergía. Después de una escena inicial y un intermedio representado en conjunto, en donde más que dialógicamente el mensaje se transmitía a través del movimiento corporal siempre en juego con una serie de objetos y estructuras colgantes, cada asistente debía elegir su camino a través de las instalaciones del Teatro-Café Telón de Arena (previamente nos entregaron un mapa con las indicaciones) para presenciar los cuadros individuales de las actrices y el actor. Es decir, el público decidía su camino y removía su propia memoria atravesada por esos recuerditos, juegos sonoros y lumínicos, olfativos y gustativos que poblaban el espacio dramático extendido alternativamente en sitios aledaños a la escenografía central (caja negra) como el vestíbulo, la sala de ensayo, los camerinos, el sótano, la bodega o los pasillos.

De ahí el título, el cual remite a la idea heracliteana de que siempre navegamos por aguas completamente distintas; aunque estemos en el mismo sitio nunca somos ni percibimos lo mismo. El teatro, en general, al ser un acontecimiento efímero y vivencial, encarna este planteamiento; Nada sobre la nada, en particular, lo potencia, pues cada asistencia devenía en un laberinto distinto. Las circunstancias actuales de confinamiento, por otra parte, y como ahondaré más adelante, expanden y refirman la multiplicidad de perspectivas que puede tener una experiencia, un recuerdo o una obra teatral al trasladarse a otros formatos y canales de comunicación.

Ahora bien, considero que el segundo “nada” sustantivo del título impugna el presupuesto esencial de la obra y las interrogantes que la cruzan: no surgimos de la “nada”, nos formamos y definimos a partir de nuestros recuerdos, de algo que se queda atrás, de una memoria que, como la voz en off inicial lo indica: “atraviesa nuestro cuerpo con lo sensorial y lo emotivo… Es un archivo de experiencias vividas e inimaginables que se te revela involuntariamente. La memoria, es un intento por retener nuestro pasado, un pasado que cambia en el recuerdo, un pasado que cambia en la palabra, un pasado que se modifica al enunciarlo, un pasado, futuro, presente”. En este sentido, aunque el recorrido dicte la trama e incentive nuestros recuerdos, la propuesta asimila y retoma todo un contenido ideológico que nunca terminará de explorarse, ni explotarse. La obra Soma Mnemosine (el cuerpo de la memoria) de Teatro la Candelaria (de Bogotá), montada en Ciudad Juárez a finales de 2018, funge como un antecedente obligado en la escena latinoamericana; sin embargo, desde mi experiencia, encuentro el referente principal en Los recuerdos del porvenir: “Solo mi memoria sabe lo que encierra. La veo y me recuerdo, y como el agua va al agua, así yo, melancólico, vengo a encontrarme en su imagen cubierta por el polvo, rodeada por las hierbas, encerrada en sí misma y condenada a la memoria y a su variado espejo”. De igual forma, el público y el elenco redescubrimos nuestro ser a partir de cosas, palabras y frases, imágenes y olores que ya se encontraban ahí; es decir, nadamos a través de “algo” (no de nada) espacial y emocional… incluso con el riesgo de inundarnos.

¿Qué tuvo que pasar para que yo estuviera aquí?”: Memoria en pantalla

Debido a la situación de contingencia sanitaria, la segunda temporada de Nada sobre la nada se presentó en una versión virtual, transmitida por Zoom a través de Facebook Live del 23 al 29 de julio de 2020. Las actrices y el actor participaron desde sus hogares con sus cuadros individuales o la narración de su pasado. Por momentos aparecían las seis ventanas en pantalla con la voz del director de fondo o cuadros previamente grabados (como el del baile de los zapatos o el despliegue actoral de Balderrama), sobre todo, aquellos que en escena se representaban en conjunto.

El nuevo formato, sin duda, le restó intensidad, pero también aportó bastante al montaje. El que cada histrión utilizara los elementos y la esencia de sus casas incrementó la hipótesis de lo material y sensitivo como potenciadores de la memoria (en este sentido, también resalta la obra de Área 51, Itáca: bitácora de viaje, dirigida por Saúl Enríquez). Las participaciones resultaron más claras y fluidas. En algunas escenas, como la de las tazas de café de César, la tecnología permitió realizar un juego de sobreposición de imágenes, aunque, claro, desapareció el elemento olfativo que tantos recuerdos suscitó en lo presencial. Las estructuras colgantes adquirieron un significado mayor: “Un pasado que cambia, se mueve, que no me deja enfocarme, pero un pasado que me tiene aquí”, señala Cabrera mientras hace girar al objeto armado con bastidores, hilos y cascabeles. Nuestro contexto se convirtió en “la excusa perfecta para seguir negociando con el tiempo”, afirma Saura casi al inicio de la pieza, cubriéndose el rostro con una venda. Las relaciones intra e interpersonales actuales han devenido en un reajuste completo de todo aquello que nos definía como sociedad, incluyendo tiempo, espacio y valores; nuestro pasado se ha vuelto nebuloso y el futuro aún más. Sin embargo, todo eso es lo que nos tiene aquí. Y, sin bien las puestas en pantalla ponen en jaque la esencia convival del teatro, la virtualidad (en el ámbito laboral, educativo, cultural y social) nos ha mantenido unidos, activos y pensando en los siguientes pasos.

“¿Cuánto pesan los recuerdos’”: Memoria en escena

El sábado 15 de agosto se presentó Nada sobre la nada en el 38 Festival de Teatro de la Ciudad, obteniendo el galardón a la Mejor Obra. Los ocho montajes participantes del evento (seis profesionales y dos amateurs) se representaron en vivo en el Auditorio Benito Juárez y desde ahí se transmitieron en la página de Facebook del Instituto para la Cultura del Municipio de Juárez. Bajo este formato, el reto del Laboratorio Escénico consistió en sintetizar las dos propuestas anteriores en una que pudiera contenerse en el escenario del recinto.

Del techo, como en el primer montaje, pendían los colgantes a partir de los que las actrices comienzan a contar sus historias. Las escenas individuales se realizaron en distintos puntos del cuadro mayor, en el cual se trazó una especie de laberinto, simbolizando así la idea original del deambular de los recuerdos a través de distintos y confusos senderos. Algunos cuadros de la puesta en escena se adaptaron con proyecciones. Saura comparte su genealogía utilizando fotos y post it’s con frases o símbolos que se proyectaron sobre el fondo del escenario. Igual ocurrió con el trabajo de César cuando, en uno de los momentos que considero más significativos de la obra, empieza a completar y corregir diversas frases, oraciones y preguntas. La memoria es selectiva y, muchas veces, proviene de nuestra imaginación. ¿Qué decidimos recordar u olvidar?

El transitar de Nada sobre la nada reafirma su propio planteamiento. Los tres montajes demuestran la posición inabarcable e inacabable de cada ser (pensando al teatro también como algo vivo). La función que presencié en el Festival de la Ciudad consistió en una experiencia completamente distinta a la que viví el año pasado en las instalaciones de Telón de Arena, aunque la idea, los diálogos y la estética fueran los mismos. Por ello, de esta propuesta siempre cabrá preguntarse cuánto pesan los recuerdos (del elenco, pero también del público) que la continúan formando. ¿Cuáles son los aprendizajes a nivel escénico que los teatristas habrán adquirido tras el confinamiento y que sin duda desplegarán en nuevos proyectos? Quizá los productos de la virtualidad se conviertan en esa piedra de Ixtepec, “memoria de mis duelos”, que sentencia: “Aquí estaré con mi amor a solas como recuerdo del porvenir por los siglos de los siglos”.

 

Amalia Rodríguez Isais

amaliargz143@gmail.com 

Crítica teatral y promotora cultural. Obtuvo su maestría en Estudios Culturales, en la UACJ, con una tesis sobre la obra dramática de Víctor Hugo Rascón Banda. Su libro Cartografía literaria de Ciudad Juárez ganó el Premio de Crítica Literaria y Ensayo Político Guillermo Rousset Banda (2019). Codirectora de los proyectos de investigación Juaritos Literario y Norteatro.

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Nada sobre la nada: memoria que recorre

AMALIA RODRÍGUEZ ISAIS