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Pertenecer a las mayorías vuelve lejana la empatía hacia las minorías. Quizá la culpa no provenga de las grandes masas (distantes de los márgenes), sino de un sistema que las prima y beneficia por el simple hecho de ajustarse a una norma. Por suerte, existe el teatro.

Para exponer y resaltar las dificultades de adscripción a una minoría y lo que implica serlo en un país donde existen pocos espacios destinados para su atención y desarrollo, la compañía Gorguz Teatro trasladó a la tarima, el año pasado, la crónica Un vaquero cruza la frontera… en silencio (CONAPRED, 2011), del periodista regiomontano Diego Enrique Osorno. Bajo la dirección de Alberto Ontiveros, el montaje se presentó el pasado 18 de octubre, en el Teatro del Centro de las Artes, en Monterrey, como parte del XXX Encuentro Estatal de Teatro en Nuevo León. Dicho evento se transmitió vía streaming a través del perfil de Facebook de CONARTE, por lo que disfruté de la función desde Ciudad Juárez.

El texto y la puesta en escena tratan sobre Gerónimo González Garza, sordo de nacimiento, y la sucesión de acontecimientos que lo marcan, derivados de la búsqueda de un espacio que le asegure calidad de vida. Esta narrativa toca la historia personal del biógrafo, ya que el personaje protagónico ayudó a la familia de Osorno para que no perdieran su casa. “Un día Tío envía quince mil dólares desde algún lugar de Estados Unidos. Ese día la palabra Hipoteca pierde una batalla y deja en paz a Casa. Tío es un vaquero que cruza la frontera en silencio. Prometí que alguna vez relataría su historia.”

A pesar de algunos tropiezos en la enunciación del relato, y de que el vestuario es más llamativo que significativo, la puesta en escena transmite el mensaje principal de la obra escrita: exhibir la carencia de un sistema institucional y social en México que otorgue a las personas con incapacidades auditivas un modo de vida equitativo en oportunidades. En armonía con dicho objetivo, la compañía recurre a distintos medios, como la proyección de videos y citas textuales de la crónica, a favor de la polifonía de la historia.

La segmentación de las escenas mediante la dicción de letras del abecedario, acompañadas por su equivalencia en el lenguaje de señas, empuja y refuerza el mensaje aún más. En escena no se evitan los temas que socavan a la comunidad, como el narcotráfico. La última letra del alfabeto –en plural– sirve para aludir al grupo criminal que ha asolado la región de San Fernando, así como a la voluntad del gobierno federal por desentenderse de dicha zona.

Tanto la crónica de Diego Enrique Osorno como la puesta en escena homónima, dirigida por Ontiveros, giran en torno a la incapacidad auditiva. Esta condición representa la causa primera por la que Gerónimo busca oportunidades en Estados Unidos. Sin embargo, la sordera aparece como un significante recargado, es decir, como un concepto polisémico en el que coexisten varios significados, tanto a nivel discursivo como de representación.

Además de la condición del protagonista, alude, por extensión, a un par de problemas profundos, presentes tanto en la sociedad como en el gobierno. En primer lugar, se trata de una incapacidad para la escucha y atención, explícita en la obra mediante la apatía por crear instituciones que apoyen a los sordos –quienes podrían aparecer como el medio para hablar de otras minorías desdeñadas como los indígenas, los ciegos o los minusválidos–. Con esta nula audición, se resalta el contraste entre nuestro país y el vecino del norte, donde hay universidades para sordos, becas e instituciones para intérpretes.

La segunda sordera afecta a toda la sociedad, y se refiere al desgano e indolencia del gobierno local, estatal y federal por atender las problemáticas relacionadas con el narcotráfico. Sabemos que Los Zetas mantienen asustados a los habitantes de la frontera chica; en la puesta en escena, ocurre una balacera que los policías federales y Gerónimo –ciertamente él tiene excusa– no escuchan. Entonces, cabría plantearse si la incapacidad para oír del vaquero le sirve a la Cía. Gorguz Teatro de manera efectiva para visualizar la sordera del gobierno ante los problemas que dañan a las minorías.

El contante movimiento corporal del elenco es vital, en tanto que, con sus manos, segmentan las escenas, imitan a una ardilla para ilustrar el logo de una institución para sordos, bailan, se desplazan por el escenario de manera horizontal, se alinean e incluso se montan en un toro mecánico (que no guarda relación alguna con Gerónimo). ¿De qué forma el espectador se inmiscuye con el trabajo actoral? El cuerpo, pilar del performance, en Un vaquero cruza la frontera… en silencio nos conduce hacia un solo objetivo: emular, portar sobre sí, distintos lenguajes, como el de señas, de modo que el público se sienta parte y cierre el circuito comunicativo. La empatía juega un rol fundamental.
La traslación de la crónica escrita a su representación conlleva la búsqueda catarsis en el auditorio. A través de la gesticulación de señas, baile, música, el sonido del roedor y la polifonía, el espectador no sólo entendería la obra por su narración, sino por un cuidado trazo, privado de aleatoriedad, que significa y aporta información para auscultar a fondo el silencio del vaquero; así, varios recursos nos llevan a empatizar con el mundo del sordo, quien se encuentra vedado de entender las narraciones orales por la vía auditiva, pero que dispone de un sinfín de acciones y reacciones corporales –como el mismo espectáculo escénico– para transmitir y encarnar significados.

César Sebastián Ramírez Aguirre

Ciudad Juárez; tiene 20 años y actualmente cursa el sexto semestre de la carrera en Literatura de la UACJ. Forma parte de Norteatro, un colectivo de crítica teatral y formación de públicos. Correo: cesaramireza96@gmail.com

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Polisemia sonora de «Un vaquero…»

CÉSAR SEBASTIÁN RAMÍREZ AGUIRRE

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