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El dramaturgo, director e investigador duranguense, Enrique Mijares Verdín –galardonado el año pasado con el Premio de Dramaturgia Juan Ruiz de Alarcón– ha mantenido, por más de dos décadas, una estrecha y productiva relación con Ciudad Juárez. Cada emisión de sus talleres de dramaturgia convoca a escritores, formándolos en la escritura para la escena, y promueve la actividad teatral en la frontera. En esta colección de ensayos, las/os estudiantes y egresados de literatura de la UACJ daremos cuenta, por medio de reseñas, de las cuatro antologías que testimonian la incidencia en Juárez de un hombre de teatro: En la frontera norte (2008), Persistencia de la memoria (2011), Escribir las fuerzas (2016) y Voces femeninas en la dramaturgia de fronteras (2019).

Primero que nada, para dilucidar varias cuestiones en relación con el eje central de la segunda compilación –Persistencia de la memoria–, formada a partir del fruto de los esfuerzos de un grupo de entusiastas dramaturgos que cursó el Taller de dramaturgia hipertextual, de Mijares. La contraportada hace hincapié en la naturaleza general del conjunto de obras, en donde hay “Múltiples interpretaciones de una realidad tangible y cotidiana; diversos caminos hacia la conciencia del lector o el espectador nos obligan a ver de nuevo, escuchar de nuevo y experimentar la vida como la recrean los artistas desde un escenario”. De esa misma guisa, Susana Báez, documentando su experiencia en el taller, refiere que el instructor recomienda que los temas no validen “discursos hegemónicos, controladores y redentoristas […]: que los destinatarios, lectores o espectadores, mediten en torno a las opciones que se entrelazan o se desprenden del texto o representación teatral” (27).

Por tanto, el teatro hipertextual, que suelta las fichas en un tablero y asigna una línea temática a designio del dramaturgo, es, en esencia, un teatro que busca romper con el binarismo, la tradición y los rígidos esquemas de la composición aristotélica que, además de supeditar la vena creativa de los autores, también condiciona la experiencia interpretativa. El hipertexto genera preguntas, dilemas, y, en ese sentido, tiende a abarcar de mejor manera el inextricable mecanismo de la naturaleza humana. La propuesta de los escritores se libera de las restricciones cronológicas para adecuar la estructura a su tema y no al revés, mecanismo que resultaría limitante en la exposición de complejísimos temas en los que se interceptan numerosos factores que se imbrican en una realidad que posee aristas incuantificables.

Sin duda, todas las obras antologadas en Persistencia de la memoria responden al arreglo deseado por sus autores, o, por lo menos, salen del molde en lo que respecta a la clásica división de actos seguidos; incluso El enemigo, de Perla de la Rosa, no tiene una secuencia lineal en la organización de sus partes, a pesar de que las escenas aparecen numeradas. En general, la disposición de sus partes se asemeja a lo que haría Cervantes en El cerco de Numancia: se vislumbra un hilo conductor que lleva consigo un eje temático y que atraviesa a todos los componentes de la pieza. Algunas formas de organizar el proyecto rayan en la simpleza, pero ello no significa un demérito. Por ejemplo, El vampiro de mediodía tiene una construcción episódica, en la que cada segmento es auto conclusivo. Este ordenamiento remite vagamente a la premisa novelística de la picaresca —y, evidentemente, al tropo vampírico, al que se le sustrae su carga aterradora— en tanto el vampiro participa en los distintos cuadros, bromea, hace de las suyas y, simultáneamente, funge como luz que ilustra los problemas de la sociedad contemporánea: violencia intrafamiliar, explotación laboral, suicidio. Este hacer no-cronológico, inconexo, sirve a Norma Lilia Montoya para el rápido y ágil manejo de los reflectores.

Otros textos obedecen a la estructura de una muñeca rusa. Carlos Alberto Hernández juega con esa sucesión de recuerdos constantes en Los asesinos. La obra comienza con la grotesca tarea de dos personajes que se encargan de “darle una manita de gato” a los cadáveres que suben en número por la situación de violencia que corroe a la ciudad. Lula y Pedro, los artistas que aparecen en escena al inicio, conversan. El lector desprevenido, siguiendo con atención el diálogo entre ambos personajes, se pierde en la anécdota cuando, después de una sucesión natural intercalada entre dos personajes (Lula/Pedro/Lula/Pedro), el texto acota, de pronto, un (Gordo), en referencia a un recuerdo de Pedro. En la lectura, no se distingue alguna acotación o marca que indique el cambio de escenario, quién entra ni quién sale. El armado de la pieza requiere el esfuerzo mental del lector o espectador para que no se pierda y logre diferenciar qué ocurre en el primer, segundo o tercer plano de la trama.

Sin embargo, hay obras como El ornitorrinco, de Blas García Flores, que tienen una estructura más elemental. El texto se asemeja a una soap-opera o novela tradicional, en la que se muestra la vida de un puñado de personas y sus historias por separado. Más asentada en la realidad tal como la conocemos, y como un fiel reflejo de la hipocresía y la tradición chihuahuense, el orden de los acontecimientos en El ornitorrinco es, podría decir, normal. Sin embargo, considero que, a pesar de tener uno de los esqueletos más simples de toda la colección, resalta por el manejo del tema. Blas García Flores no escatima en detalles: la respuesta a las tediosas costumbres, al qué-dirán y la represión de las pasiones en favor de la imagen conyugal/familiar se ubica en otro extremo. Por un lado, una mentira se sustenta mediante los planes de compromiso matrimonial arreglado en favor de un estatus; por el otro, un profesor de baile, ya sea por un cambio de favores o por suplir un vacío emocional, no tiene reparos para mentir a sus parejas sexuales con una historia cebollera y predecible. El texto no adopta una postura “redentorista”, arrojando una moraleja que pudiera ser considerada como “anticuada” o “libertina”, sino que simplemente expone un contraste generacional cuya superficie esconde una premisa intachable: los seres humanos aman, sufren. Este texto dramático fue puesto en escena bajo la dirección del propio Enrique Mijares a finales de 2013.
Más allá de las decisiones tomadas por los talleristas para disponer el orden de sus textos, sólo dos me parecieron sumamente interesantes en cuanto a los dispositivos que emplean para llevar a cabo la segmentación de sus historias: La otra noche de resurrección de José Juan Aboytia y Péndulo de José Lozano. Aboytia, más habituado a la narrativa, expone pensamientos y recuerdos de sus personajes mediante aparatos electrónicos. Uno de ellos declara que vio un video de su hermana teniendo relaciones sexuales con una mujer, y esa cinta se homogeniza con el flujo de los eventos, pues no se queda como mención, sino que se representa en escena. El video es otro cuadro de la historia, pero tiene una justificación dentro del universo construido.

José Lozano también recurre a un aparato electrónico para una transición; a través de ella, invita al lector o espectador a trasladar el aparato escénico a la pantalla de una televisión, y subordina las acciones de sus personajes al servicio de un mozo impaciente interactuando con su consola de videojuegos. Cito la acotación: “en un lugar preponderante se enciende la palabra MUTE […]. Ruido de videojuegos. Llega un niño manipulando un control doble, se detiene al centro de la pista y aprieta frenéticamente los botones. Debajo de MUTE el letrero dice: END OF THE FIRST LEVEL. SECOND LEVEL”. Ambos ejercicios son interesantes por su frescura; porque aplican recursos metatextuales y reconocen la influencia de las nuevas tecnologías en nuestra vida cotidiana. Asimismo, ésta es una recomendación de Mijares, según lo que relata Báez: a partir de la multiplicidad y prominencia exponencial de las TIC en niños y jóvenes, el teatro hipertextual intenta dialogar con esos sectores demográficos a través de estructuras atípicas en el arte escénico, pero comunes “en toda actividad humana” (26).

Me es difícil asumirme como lector ideal para la antología debido a su notoria heterogeneidad. Ello puede resultar tanto en un juicio a favor como en contra. Los textos son diversos y, además del estilo, cada uno puede adecuarse a los gustos de sus destinatarios. Hartazgo, de Cecilia Bueno, es un retrato explícito, sin escondrijos y eufemismos (claridad que se asegura con el uso de su personaje principal, asignada como Narradora) de las causas y consecuencias de la anorexia, tema que, de acuerdo con la edad y el contexto del personaje, parece apta para ser leída por adolescentes. Textos como Niña ojos de miedo, en su complejidad poética y onirismo exacerbado, atraen a otro tipo de lector, a aquel capaz de desentrañar en el corazón de los símbolos y de descifrar las cruentas metáforas relacionadas con el abuso sexual. Quien guste del gore, se sentirá satisfecho con el Vampiro de mediodía, y quien busque una historia con tintes reales que denuncie la frustración de los pobladores de una ciudad decadente y que ya no es lo que fue, se dirigirá directamente al texto de Perla de la Rosa, El enemigo, puesta en escena de Telón de Arena que probó fortuna en varios recintos a nivel nacional.

Considero que el común denominador de los componentes de esta antología reside en la búsqueda de generar dramas a partir de equívocos, vías alternas de interpretación, situaciones que no aleccionan, de crudas imágenes que ilustran el conflicto narco-bélico de Ciudad Juárez. Por esta razón, no me parece que el título del libro sea claro ni representativo de las obras que contiene. Persistencia de la memoria será, acaso, un título que no tiene un eje temático claro en su construcción, pero sí en sus motivaciones.

Gabriel Arturo Servín López
Egresado de la Licenciatura en Literatura Hispanomexicana por la UACJ. Ha colaborado como corrector de contenido en diversos espacios y ha contribuido en el blog de crítica teatral, Norteatro. Formó parte del comité editorial de la revista El Estilete y actualmente aporta al proyecto Arenensez. Correo electrónico: gaservin@outlook.com.

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Talleres de dramaturgia en la frontera norte

GABRIEL SERVÍN