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El tres de noviembre del 2020 a las 20:00 horas, presenté “Pletórica” en el Auditorio de la Universidad Carlos III de Madrid, tras un año y dos meses de un proceso creativo muy sufrido. Fuera por la metodología del máster o porque yo jamás me había adentrado en la tarea de crear algo, más allá de mi creación de personaje como actriz, o mi creación de escena como directora.

Si bien en ediciones anteriores de la revista he hablado de mi viaje de posgrado, ahora pretendo compartir un poco del largo camino con altas y bajas que tuve que recorrer para llegar a presentar mi proyecto final.

Una vez leí que Indira Gandhi dijo “El mundo exige resultados. No le cuentes a otros tus dolores del parto. Muéstrales al niño”… No estoy de acuerdo, como artista, como persona. Los procesos son importantes, y lo que conllevan (dolores, dichas, frustraciones, caídas y levantadas) también lo son. Porque todxs estamos siempre buscando algo, intentando algo y nutrirnos de las experiencias y vicisitudes de los demás nos viene siempre bien. Así que compartiré con usted, lector/a mío/a, en dos (probablemente tres) entregas de esta columna, mi viaje para poder llegar a “Pletórica”, por si acaso fuera de su interés y mi experiencia le pudiera ser útil… o al menos entretenida de leer.

“El máster lo hacéis vosotros. No es resultadista. Vosotros decidís qué presentáis” Nos repitió Diana I. Luque, entonces coordinadora del Máster. Pero aún cuando el máster no debía basarse en un resultado final, cada clase, cada taller, estaban pensados para eso: un espectáculo. Y es que, el común denominador de docentes y creadores que Juan Mayorga reunió en esta edición, tienen la particularidad de abordar el trabajo sobre la escena como “un todo”, trabajar desde “un concepto” y nuestro reto desde el inicio era encontrar ese concepto, esa idea, que fuera el germen creativo para nuestro proceso completo. Al tener una idea clara, nuestros maestros nos irían guiando para encontrar un dispositivo escénico que funcionara acorde a lo que buscábamos.

Yo fui de las primeras en presentar propuesta. Lo tenía muy claro… O eso creía. Arrancamos clases el lunes 8 de octubre del 2019 y para el lunes siguiente yo ya estaba presentando “mi idea”: una obra que utilizaba la narraturgia para hablar de dos hermanos cuyas vidas reflejaban el clasismo y la violencia en el contexto de la ciudad de Monterrey… Dos chicos del sur del país llegan a la ciudad. Uno de ellos se convertiría en policía y otro en delincuente… Nunca supe explicar mi proyecto. Siempre tartamudeaba, siempre dudaba. Porque cada que tenía que hablar de él me atacaban con preguntas que yo no sabía o no podía responder, y la realidad es que, se notó mi falta de experiencia. Se sentía cómo jamás había tenido que escribir una obra completa. Los meses posteriores, tanto el texto como sus personajes, estuvieron en constante lucha conmigo. Yo no supe abordarlo, o no supe cómo adentrarme en él. Pero los personajes sí fueron bautizados y el texto también:


Animales Racionales
de Melissa Guzmán García

Francisco: A mí. A nosotros nos enseñaron a nunca estar conformes.

Emiliano: A que estamos jodidos, miserables, infelices y debemos partirnos el lomo  para ser alguien.

Francisco: Emiliano y yo nacimos con una condena. Ambos somos hijos bastardos de  hombres que abandonaron a sus mujeres enamoradas y embarazadas.

Emiliano: Francisco y yo somos los hijos de las novias de rancho. Esas que dejan vestidas y alborotadas. Esas pueblerinas que se deslumbran cuando llega un hombre al pueblo.

Francisco: Y la condena que cargamos no es la etiqueta de “BASTARDO”. La condena es que nacimos siendo el vivo retrato de ese par de cabrones que nuestras madres nunca volvieron a ver.

Emiliano: Así que al más mínimo de los errores… “Pero es que eres igual que tu puto padre”.

Francisco: “Síguele, de borracho y parrandero. Ya te estás pareciendo a tu padre.”

Emiliano: “¿No vas a trabajar? Igual de flojo y mantenido que su padre”.

Francisco: “M’ijos, ustedes no nacieron para trabajar como burros. Ustedes nacieron con estrella. Yo nací estrellado. Ustedes no son burros, son caballos percherones de esos grandotes que usan los ricos”. Don Porfirio. Don Porfirio era el viejo con más ganado en el rancho. Él fue como nuestro papá y siempre nos dijo a Emiliano y a mí que nosotros teníamos estrella.

Emiliano: Yo no quería que un rico me usara. Que si burro, que si caballo, yo no quería estar en un establo. “Más come un burro suelto que uno amarrado”

Francisco: Pero “más vale un burro flaco tuyo, que uno gordo ajeno”.

Emiliano: ¿Y tú qué eres? ¿Burro o caballo? La verdad es que para mí yo soy una mula.

Francisco: Como seamos, burros, caballos o mulas, con estrellas o estrellados, el pueblo chico es un infierno grande y nosotros ya nos sentimos encerrados. 2 mil pesos en la bolsa, nuestro certificado de secundaria y una caja de cartón como maleta para cada uno y ¡fuga! Nos vamos a la ciudad.


¡Qué difícil es escribir teatro!

Si bien cursé un Máster en Creación Teatral, y nuestros espectáculos no debían ser necesariamente “textocentristas”, el director no deja de ser un dramaturgo, y muchas de las clases de la primera parte de la maestría fueron con dramaturgos. Octubre, noviembre, diciembre…Todos me intentaron ayudar a darle pies y cabeza a mi idea… No pudimos. “Te leo y sólo leo a una dramaturga que escribe cejijunta… No leo a los personajes” me dijo Sanchís Sinisterra. “El tiempo que tenemos es muy poco y muy valioso. Tienes que ser más autocrítica contigo misma para que lo que expongas en clase sea de valor.” me dijo Juan Mayorga.

Me empecé a llenar de muchísimas inseguridades. El síndrome del impostor era cada vez más fuerte en mi cabeza. “Tal vez yo no debería estar aquí”. Y aunque no era la única sufriendo, en ese momento yo no lo veía al resto de mis compañeros lidiando con sus fantasmas. Sólo veía a una niña queriendo ser dramaturga, queriendo jugar a la transgresión y a la denuncia, pero que no tenía idea de la inmensa labor que conlleva escribir un texto teatral valioso.

¡QUÉ DIFÍCIL ES ESCRIBIR TEATRO!

Probé todo. Escribir en mi habitación, sin música, con música, escribir en el parque, en una cafetería, escribir en la calle, escribir en mi cuaderno, en hojas blancas, en mi laptop… No me servía nada. Me sentía sin inspiración, sin talento. Empecé a odiar a mis personajes y sentía cómo me odiaban a mí. Porque no estaba concentrada en ellos. No. Yo estaba muy ocupada buscándome la vida para sobrevivir en España, porque desde que mi avión aterrizó, yo no tuve un solo día de sueño tranquilo. Llegué a Madrid todavía sin resolver lo de mi beca, sin dinero, sin contactos; llegué a buscar trabajo, a lidiar con la burocracia, a lidiar con cambios radicales en mi vida; de vivir con mis papás, ser alimentada por mi mamá, tener un empleo estable y bien pagado, con coche propio, pasé a vivir sola, cocinar para mí, ser desempleada sin permiso para trabajar, y hacerme cargo, por primera vez, de mi triste vida… Por ello, escribir y enfocarme en mi proceso creativo fue muy complicado.
Antes de adentrarme en la labor de dramaturgia yo creía que, en el momento en que me pusiera a hacerlo, ello iba “a surgir». Yo, ilusa, inocente e ignorante, al parecer creía que el hada de la dramaturgia iba a bajar cuando yo quisiera y darme la virtud para escribir todas las obras posibles, todas dignas de todos los premios y reconocimientos. Y no. No fue así. Lidiar con la frustración de que no te salen las cosas a la primera es algo que yo nunca había podido lograr… Tenía tantas ideas, tantos personajes, tantos espacios, tantas páginas escritas… Y nada que les uniera.

Enero 2020. Diana Luque me dio pistas. “Veo que tú, tus experiencias, de lo que quieres hablar, tienen en común los juegos de poder y el abuso del poder. A ti te mueve
hablar de las vulnerabilidades” ¿Cómo no iba a querer hablar de eso, si yo misma estaba siendo la vulnerabilidad en persona? Y Juan Mayorga me dio otras: “Tú ya eres un personaje. El verte hablar, tus gestos, cómo te desenvuelves, tú ya eres una obra de teatro”… La cosa es que yo no quería eso. Mis acercamientos previos a escribir teatro habían sido justamente eso: pequeños unipersonales narrados en primera persona que además eran bastante autobiográficos. Yo quería poder ser como mis maestros, mis referentes, yo quería escribir un Tranvía Llamado Deseo, una Paz Perpetua, un RUR. Con personajes completos, redondos… Yo no quería ser el espectáculo.

Un buen día 17 de enero tuvimos clases con el teatrista y cineasta Pablo Remón. (Aunque ya se lo he dicho en más de una ocasión, no creo que él dimensione lo mucho que me cambió la perspectiva de mí misma como artista.) En resumen, Pablo me ayudó a entender que uno hace lo que puede con lo que tiene; que es cansino e inútil pasar nuestras vidas intentando negar quienes somos como personas y como artistas, y que si las cosas te salen de una forma, es por algo; lo mejor que puedes hacer es abrazar lo que tienes y afianzar tu identidad como artista. Pablo me ayudó a entender que yo jamás escribiría como Tennessee Williams, Juan Mayorga, ni como mi propia madre. Porque no soy ellos, yo soy yo, y lo que tenga que decir, sea de mucho o poco valor, es algo que sólo puedo decir yo.

Además, nos mostró sus archivos, cuadernos y borradores previos al texto “definitivo” (porque por lo que entendí, jamás hay un texto definitivo). Y vi que tenía probablemente cientos y cientos de páginas, con decenas de archivos que no llegaron “al corte final”, pero que son necesarios, que son parte del proceso, que lo que se muestra en escena o en el texto impreso es apenas la punta del iceberg. No se escribe de forma lineal, ni cronológica, no siempre se deben de tener todas las respuestas, no tienes que saberlo todo siempre… Tal vez para quienes me lean y sean escritores/as pensarán que esto es una obviedad, pero creo que merece la pena decirlo, externarlo, para que aquellxs quienes desean adentrarse en la escritura, no sufran tanto este proceso de escribir por primera vez y sentir que no valen para ello. ¡Escribamos! Bien, mal, mucho, poco, no tienes que ser Homero para tener licencia de escribir. Pero que lo sepas:

¡QUÉ P!%@#$ DIFÍCIL ES ESCRIBIR **** TEATRO!

Febrero. Basta decir que me rendí con esta pelea de “no quiero ser yo en escena”. Decidí cambiar el discurso. Mi obra sería yo: quiero que mis personajes, incompletos e inconformes con su creadora se revelen ante esta escritora que no tiene idea de cómo traerlos a la vida. Así, mis personajes de Animales Racionales, junto conmigo, se transformarían en… Bueno, una obra que nunca tuvo título. Pero sí un monólogo:


“Quiero ser poeta. Pero estoy segura de que jamás llegaré a ser buena… o al menos no excelente. La cosa es que he sido muy feliz toda mi vida. Mi familia me ha querido mucho, siempre he asistido a buenos colegios y jamás he pasado hambre, frío o tenido miedo real a ser dañada.

Ahí descartamos el 80% de las circunstancias particulares que provoca en los grandes artistas el crear grandes obras. El otro 20% recae en la posibilidad de tener alguna enfermedad… No. Fuera de un ligero sobrepeso, estoy completamente sana. Y por mucho que me haya esforzado por autodiagnosticarme alguna enfermedad mental, mi terapeuta se empeña en decir que estoy sana… Y tiene razón. Así que yo sana, amada, con comida en mi mesa y techo sobre mi cabeza no estoy feliz. Nada me hace más miserable que mi ausencia de miseria. Nada me duele más que mi ausencia de dolor.

Desde que soy consciente de esto, se me ha activado un radar que detecta posibles situaciones de dolor o incomodidad y yo me lanzo por ellas. He estado en la cárcel, he tenido encuentros sexuales muy desafortunados, he estado a punto de morir en situaciones de riesgo y violencia física, y en general me han pasado muchas cosas bastante desagradables en mi búsqueda del dolor. Pero siempre, en cada caso, he encontrado a un compañero o una compañera de escena cuyo personaje es más complejo y contradictorio que el mío, por ende, más disfrutable y rico a nivel dramático. Eso es lo que me consuela, y es lo que creo que podría salvarme de morir frustrada en mi intento de ser poeta. Mis ojos, oídos y mi piel han sido testigos de tantas tragedias, comedias y escenas absurdas, que sólo un idiota sin empatía no vería en ellas el tesoro poético que la mierda del día a día alberga.”


No. Este monólogo tampoco llegó al “final cut”… Tampoco llegaron mis personajes de Animales Racionales, y por poco tampoco yo. Porque justo cuando más estable me sentía (había logrado tener dónde vivir y un trabajo), cuando más segura de mi proyecto estaba, cuando por fin creía que había logrado esa idea, ese concepto, y ya estaba en conversaciones con mi equipo para crear un dispositivo escenográfico chulo… todo dejó de importar de un segundo a otro. Marzo. Viernes 13, mis compañeros de clase y yo decimos “nos vemos el lunes”. Sábado 14, se declara el estado de alarma en territorio español. Había un virus que estaba matando a la población y nosotrxs nos quedaríamos sin clases al menos un tiempo, hasta que “todo pasara”. Domingo 15, viajo en un tren a Vigo, Galicia, sin saber cuándo volvería a Madrid, sin saber cuándo retomaría clases, sin entender qué estaba pasando y sobre todo, sin una obra de teatro.

Melissa Guzmán García

Licenciada en Arte Teatral por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Actualmente está cursando el Máster en Creación Teatral de la Universidad Carlos III de Madrid.

Correo: melissa.guzmangarcia@live.com.mx

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