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La primera vez que presencié a Teatro Bárbaro fue en la función inaugural de la Muestra Estatal de Teatro de Chihuahua, en 2017. La puesta en escena de San Sipriano Redentor y los Lágrima team, de Raúl Valles, dirigida por Luis Bizarro, cautivó al público que abarrotó la Sala Experimental Octavio Trías, en Ciudad Juárez. No comprendo por qué la compañía, fundada en 2009 en la capital de Chihuahua, no ganó la MET en esa emisión. La historia de toda agrupación artística independiente es sinuosa. Ya le he dedicado unas líneas a Nora Lab con motivo de su décimo aniversario; así que, en este ensayo, me detengo en otra compañía chihuahuense que camina firme hacia sus doce años de trabajo escénico, más ahora que su director artístico, Luis Bizarro, acaba de ingresar al Sistema Nacional de Creadores de Arte del FONCA.

La estrecha amistad entre sus miembros, el compromiso con el teatro, la coherencia entre la verdad puesta en las tablas y la ficción vivida a diario (o viceversa), así como el profesionalismo con que despliegan su arte han allanado el camino para que Teatro Bárbaro se exprese con un lenguaje poético que distingue su quehacer. Desde sus inicios y en cada una de las casi 20 producciones, indagan sobre los elementos y emociones que estrujan, los cuerpos que mueven las conciencias y que incitan a la reflexión para deshabituar y contravenir a la violencia, tan normalizada en nuestro norte.

El periodista Fernando Jordán, en su Crónica de un país bárbaro (1955), delineó las cualidades épicas del ser norteño respecto a las dilatadas extensiones que recorre. El clima, aseguraba, “imprime al hombre septentrional un sello: el de su fuerza; y una característica igualmente precisa: su voluntad. Son exigencias de la tierra y el medio”. Durante la llamada guerra contra el narco, el fenómeno de la inseguridad se avecindó en la ciudad de Chihuahua. En medio de ese clímax violento, que parece resurgir de manera intermitente pero siempre extrema, un puñado de teatristas decidió agruparse. Su primer foro, un espacio de 6 x 4 metros, ubicado en la populosa av. 20 de noviembre y Donato Guerra, era pequeño pero suficiente para un momento en el que los habitantes no salían a la calle. La zona era peligrosa; bares, cantinas y centros nocturnos aledaños fueron incendiados o sufrieron atentados por negarse a la extorsión o a distribuir droga. ¡Bárbaros aquellos que ensayaban por las noches hasta las primeras horas de la madrugada! Inspirados en el libro de Jordán, el grupo hizo suyo el vocablo, “sinónimo de un supremo e invencible anhelo por la libertad”.

Desde entonces, la compañía se ha mudado en un par de ocasiones. En el Encuentro de Creadores –celebrado en la capital chihuahuense, previo a la MET 2018–, Luis Bizarro ofreció un emotivo tour por las distintas sedes. Su segunda locación, en el céntrico callejón de la Séptima, hoy llamado Víctor Hugo Rascón Banda por iniciativa de los mismos teatristas ante cabildo, tuvo que ser recuperada del abandono y rehabilitada como la “Sala Subterráneo”, un “espacio grotescamente hermoso”, como nos los presentó el director. Ese sótano, a una Calle del Palacio de Gobierno, fue el lugar ideal para correr riesgos en cuanto a propuestas escénicas y generar un público asiduo a esa catacumba, ahora de nueva cuenta abandonada.
El Foro Cultural Independiente Teatro Bárbaro, en la calle Doblado del primer cuadro de la ciudad, es la sede actual de la compañía, acreedora (¡por fin!) al máximo reconocimiento estatal en la MET 2019, con Arrullos para Benjamín, de Hasam Díaz, dirigida por Rogelio Quintana, actor deliciense, cofundador de Teatro Bárbaro. En ese polígono conformado por el Congreso del Estado, la Catedral y la Presidencia Municipal, un inmueble amplio, con varias secciones y con un sinfín de posibilidades creativas, arropa al elenco estable y a varios grupos invitados –locales y foráneos– que nutren la cartelera a lo largo del año. Oasis en el desierto, su foro es un espacio producto del rescate de inmuebles de la violencia. Ese local, asevera Luis Bizarro, “estimula los procesos de producción y de creación”. La sala es “un espacio de residencia para otras compañías, documentadores de la actividad teatral, generadores de discursos críticos y de especialización profesional, provocadora de programas de formación, comunicación y reflexión en los escenarios”.

Desde La voz humana, de Jean Cocteau, “un montaje unipersonal que permitió unir ideas creativas llevadas a escena luego de meses de preparación para estrenar” en marzo de 2010, las propuestas se han venido sucediendo sobre una línea de constante experimentación que promete no extinguirse. Menciono, a vuelo de pájaro, solo los montajes que he podido presenciar: La fe de los cerdos, de Hugo Wirth, Filos y El caimán y los sapos, de Edeberto “Pilo” Galindo, Table dance, de Víctor Hugo Rascón Banda y Derivas, de Raúl Valles, todas ellas dirigidas por Luis Bizarro; La señora del Chanel no. 5, de Antonio Zúñiga, bajo la dirección del director huésped Rodolfo Guerrero; y La luz de las ausencias, dramaturgia y dirección de Saúl Enríquez. Una obra, que no he visto, y que los llevó a la Muestra Nacional de Teatro en 2016, así como a una gira por España, fue Yo tenía un Ricardo hasta que un Ricardo lo mató, creación colectiva dirigida por Fausto Ramírez.

En tiempos de confinamiento, Teatro Bárbaro (con todo y su foro) se suscribió a la ANTI (Asociación Nacional de Teatros Independientes) para presentar un par de puestas en escena, adaptadas a la pantalla de nuestros dispositivos a partir de recursos cinematográficos. La década invertida al teatro les ha redituado experiencia, proyección internacional y apoyos para la creación y producción, como el programa “México en Escena” (en su sexta y séptima edición). El amor que profesan hacia las tablas se evidencia no solo en sus procesos colectivos de producción e investigación en donde todos suman, sino en la calidez y responsabilidad con la que reciben a todos aquellos con quienes producen y para quienes se brindan. Sin duda, estos bárbaros tienen a bien el resguardo, a cabalidad, del teatro en el norte.

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Los bárbaros del norte

Carlos Urani Montiel

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