He preferido hablar de cosas imposibles
Porqué de lo posible se sabe demasiado
SILVIO RODRIGUEZ
En estos últimos meses y ante el confinamiento en el que nos encontramos se ha generado una explosión de productos escénicos por vía remota. Más aun, luego de la convocatoria del programa Espacios Escénicos en Resiliencia que financió la producción de 91 proyectos a nivel nacional y cuya salida a público, en primera fase, implicó procesos masivos teatrales a distancia.
A partir del confinamiento en marzo pasado, he sido invitado a múltiples ejercicios teatrales a distancia. Intentando ser disciplinado ante este fenómeno logré presenciar a la fecha, al menos, veinte espectáculos en esta modalidad.
Las plataformas reiteradas han sido vía ZOOM, FACEBOOK en un formato que los teóricos/críticos teatrales Said Soberanes y Urani Montiel han denominado “puestas en pantalla”. También he accedido a montajes grabados exprofeso para el formato a distancia y el aburridísimo formato de teatro convencional grabado.
Sin embargo, pese a que el WhatsApp es hoy por hoy la herramienta tecnológica de conectividad más socorrida en el mundo; desde que comencé a consumir este teatro, digamos transmedializado para notarnos exquisitos y estudiados; ninguna había ocurrido en esta plataforma.
La Pasión de Osiris es una experiencia digital teatralizada original de Xavier Villalova dirigida por Fernando Yralda e interpretada por un grupo de dieciséis actrices que nos invita a reflexionar sobre las identidades femeninas, sus búsquedas personales y existenciales, hasta problemáticas contemporáneas como el feminicidio y la necesidad de que la revolución moderna sea obligatoriamente feminista. La propuesta no se anda con medias tintas. Experimentan el tecnovivio llevando al espectador hasta el límite del escenario virtual. Toman el riesgo y considero salen perfectamente bien libradas en dicha empresa.
Luego de confirmar tu asistencia a la función, un administrador te agrega a un grupo de Whats. Se nos indica que las instrucciones irán facilitándose mientras transcurre el ejercicio escénico interactivo.
Por medio de preguntas detonadoras, nos invitan a la definición ética sobre asuntos políticos modernos. Así, una caterva de extraños va mostrando sus posturas. La participación, en principio tímida, comienza a desbordarse. El acontecimiento teatral va transitando en una interfaz distinta a la butaca y el cuerpo presente.
Pero luego las cosas se van poniendo vertiginosas; mientras el chat continua incendiándose (tengo la sospecha que algunos de estos provocadores son parte del equipo creativo, pero no podría afirmarlo), de pronto suena el teléfono. Se nos advierte al principio que en caso de recibir una llamada esta debe tener prioridad por encima del chat.
Aparece en videollamada una chica que inicia una charla y me cuenta una historia. Afirma que es una persona que ha vuelto seis veces a la vida y en este instante habita su séptima existencia; aun así no ha encontrado su misión en esta inmensidad del devenir humano. Me hace coparticipe de su hastío y su indagación identitaria. Finalmente, esta es una de las problemáticas existenciales de todos los tiempos: la búsqueda del ser ante la nada. ¿Por qué existe algo pudiendo no haber nada?, ¿no será que solo somos accidentes geográficos/energéticos? Un arbitrario histórico, como afirma Bourdieu. Luego del anecdotario concluye la llamada, es momento de volver al chat.
A mi regreso éste ya se encuentra desbordado. La discusión ha escalado a un tema espinoso: Ayotzinapa. Me apuro para continuar disparando argumentos, al tiempo que ingresa otra videollamada. Esto ya se descontroló, pienso. Contesto y aparece en escena virtual otra chica que comparte conmigo sus búsquedas, pero esta vez asociadas con la indigenidad, los pueblos originarios y el maíz. Una mujer que viajó a Brasil intentando indefinirse ante el mundo que la circunda y obliga a un deber ser femenino como imperativo categórico en un solo sentido, sin posibilidades fuera de la matrix hegemónica, colonialista, y por supuesto, patriarcal/capitalista.
Me conmueve su historia, que también es la mía. Nuestras, pero no las mismas. Cae como cascada un cúmulo emocional donde se implica mi propia historia familiar: muchos años viví atrapado en la maraña de dos mundos. El que se habitaba en la ciudad, donde había que negar la existencia de nuestro pasado y orígenes mayas. Incluso se tenía que cambiar el apellido para ser buenos citadinos y así protegernos del estigma, la burla y discriminación normalizada, que representaba asumirse de ascendencia indígena.
Pero, al tiempo que intento domar mi emocionalidad y las lágrimas; mi ser anarco/político/pedero, sigue combatiendo en el chat donde la temática del feminicidio se ha instalado y ha logrado que los “paladines” de las buenas conciencias monumentistas (esos que defienden la “forma correcta de protestar”) se muestren en su nauseabundo discurso moralino.
El pico de la acción dramática va entrando en remisión. Se comparten en el chat imágenes de las actrices golpeadas, con moretones o simulando haber sido asesinadas; e inmediatamente un videoclip de las mismas que nos indica que la función ha concluido. Una espiral emocional en sesenta minutos de interacción comunicativa. Sacudones eléctricos que erizan la piel y hacen sudar las manos. Así, la experiencia requiere la mayor concentración del receptor/espectador. No es como el teatro en vivo desde zoom, por ejemplo, que permite rellenar la taza de café y el plato de cacahuates para continuar disfrutando.
El trabajo oscila entre el tiempo real y la expansión temporal que permite la tecnología, metáfora de la conectividad global que transita en una aceleración atropellada, con una cantidad de estímulos monstruosa, amorfa, entrópica: microfísica de la anomía social generalizada que antes de la pandemia fluía bajo el título de “normalidad”.
Pero también la poética visual y narrativa se construye mediante una superposición fragmentada al tiempo que transcurre el ejercicio. Al final será el espectador quien redondeará los estímulos presentados: audios, imágenes, videollamadas, interacciones en el chat, videoclips y llegará a su propia conclusión. Rizoma que logra convención temática, pero reticular en lo anecdótico.
Es fundamental expresar que la experiencia me dejó con un remanso de esperanza ante los retos que mantiene el teatro en tiempos de pandemia y cuando todas las prospecciones serias afirman la posibilidad que la pausa de los foros escénicos en el mundo se extienda hasta la aparición de una vacuna contra el COVID19, y luego un uso generalizado del fármaco. Esto último se puede corroborar en el más reciente ranking que elaboró la Asociación Médica de Texas, donde cataloga la asistencia al teatro como una actividad de “alto riesgo”.
Este contexto de galopante incertidumbre parece no permitir margen a los sueños y el optimismo, por el contrario, priva un ambiente de desilusión. Aun así es menester, incluso una obligación histórica repensar nuestros “mundos teatrales”. Para ello requerimos “despensarlo”, deconstruirlo y desmitificarlo. Solo así podremos continuar transformándolo y dejar discusiones ociosas sobre lo que es o no es teatro.
Edwin Sarabia.