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Juguemos a un juego: seamos niños un instante. Recordemos nuestras risas ante el televisor, corretizas como caballos desbocados en el patio de la escuela durante los recreos. Salir a jugar en la tarde con tus amiguitas o amiguitos de la cuadra. Y los cumpleaños. Pausa. Respira profundo. Cierra los ojos. Repite la palabra cumpleaños y percibe a que sabe, ¿Qué olores detonan en ti? Seguro hay piñatas, dulces, comida y pastel. Tus primos y amiguitos en una colisión de trenes infantiles sacudiéndose por todos lados… después abrir los regalos. ¿Cuánta alegría puede caber en los recuerdos?

Dentro de la cartelera del foro “Teatro Casa Tanicho” de Mérida, Yucatán, se presentó la obra de teatro “El Principito un viaje más” en formato videograbado a varias tomas y donde se precisa en énfasis en las actuaciones de los intérpretes y los detalles de representación. En la versión presenciada se utilizan títeres a escala humana con la técnica “bunraku”: muñecos manipulados a vista del público por Teo Flores, Yenny Ávila, Ale Sánchez y Jesús Molina. La grabación corrió a cargo del artista visual Luis Ramírez.

Tomando el libro de Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, como eje argumental la obra nos narra las aventuras de este emblemático personaje y las interacciones que sostiene con otros “entes fantásticos” con los que se encuentra mientras busca el camino que lo regrese de vuelta a su planeta el asteroide B611.

Destaca la propuesta plástica de manufactura impecable. Por medio de una gama cromática en colores fríos que transitan entre azules ultramar, cobalto y tonalidades oscuras, el ambiente nos sitúa en un universo onírico. Esto se complementa con contrastes luminosos de elementos que irrumpen en matiz rojo intenso, naranja y verde. Es así que uno se siente ubicado en una pintura con reminiscencias impresionistas. Viaje alucinante del sueño dentro de un sueño.

Lo anterior se dificulta ser observado pues el trabajo de grabación es sumamente desprolijo. Existen problemas de enfoque, cortes inexplicables al cuerpo, cara y perfil de los actores, variantes en el volumen del audio que sube y baja a momentos lo cual complejiza la escucha. También la grabación pierde detalles interesantes de la corporalidad de los ejecutantes. Esto es evidente en el momento que la actriz Yenni Ávila dibuja un elefante en la barriga de una serpiente, o cuando dibuja al cordero que le pide el Principito. Aquí la cámara brincotea de un lado a otro buscando el detalle sin lograrlo. Valdría la pena recalcar que en el teatro de formato videograbado para presentación virtual, la grabación no es un simple apéndice sino un dispositivo nodal que interactúa de forma dinámica con todos los demás elementos de la escena. La mirada de la cámara será quien defina irremediablemente lo que los espectadores observemos. En este caso dio la impresión que quien estuvo a cargo de la grabación llegó exprofeso a ejecutar esta actividad sin una escaleta, storyboard o guía de pre visualización lo cual generó un producto escénico inestable.

El peso dramático de la pieza radica en la manipulación de los títeres y en los matices vocales que los actores mantienen a lo largo de cuarenta minutos de montaje. Los intérpretes logran manejo impecable, uso de coloratura vocal en clave de farsa y melodrama con matices cadenciosos lo cual genera multiplicidad en el ritmo del trabajo y momentos de intimidad entrañable. Igual el ecosistema sonoro redondea la propuesta estética, pues facilita las transiciones entre escenas y dota de progresión auditiva la presentación.

Si bien la dramaturgia se basa en la obra original, esta es una adaptación libre realizada por Teo Flores. Así el montaje abre y cierra con pequeñas escenas que intentan situar en contexto la obra al principio y al final: un par de niños que se cuentan sus deseos de nunca crecer, una adulta que trabaja como una loca y ha perdido la capacidad de soñar e ilusionarse. Esto complementa los cuadros tomados del libro y llevados a escena. Igual notamos cambios sustanciales en lo anecdótico. Esto se hace patente en la aparición de un personaje, el niño tecnológico, que en vez de acumular estrellas colecciona amigos en redes sociales o el cambio que se hace en la resolución final de la fábula, por poner un par de ejemplos.

Pese al esfuerzo por construir una dramaturgia integrada, el trabajo se percibe como pequeños cuadros disgregados y atomizados que no mantienen unidad pese a que la temática tratada es un eje articulador. La adaptación no encuentra pertinencia para urdir en tejido fino un solo producto escénico, como si se logra en la propuesta plástica. Así percibimos detalles en cuanto a la continuidad que no se explican, como el tránsito de la actriz al convertirse de un adulto infeliz y a la icónica Flor. También cuando ésta desaparece por un largo periodo de la escena y reaparece en el último cuadro cuando el Principito dialoga con la “serpiente”.

El Principito un viaje más es un producto digno de ser disfrutado en familia pues la obra nos regala un viaje intenso por los sueños y cómo estos pueden salvarnos de la banalidad del mundo en que vivimos. No lo sé de cierto, pero me imagino siendo niño frente al televisor viendo la propuesta y sonrío. Sonrío mucho y mi corazón brinca de júbilo.
Como adultos la pieza permite recordar y recordarnos en tiempos más cercanos a la dulzura. Aquellas tardes jugando bajo la lluvia, volando cometas, exhalando en nuestros gritos la alegría de la vida. Una vida que se nos fugó y vuelve a nosotros cuando nos asalta la nostalgia. Quien sabe, tal vez vuelva a resonar en nosotros aquel secreto empolvado: que sólo se ve bien con el corazón, pues lo esencial es invisible a los ojos.

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